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Ladrillos de soledad, migajas de cariños forzados, besos rotos que en cenizas se convirtieron. Oscuridades que adormecen los sueños y refugios temporales para un corazón un tanto maltrecho. Líneas de un blues que me desafina en el último sol.
Su mano áspera suaviza lo húmedo de mis mejillas, me dice que soy una muñeca triste que ni la porcelana consuela, que necesito urgentemente una casa de muñecas y me viste con su pañuelo hecho de tul. La muñeca deja de llorar y sus ojos hinchados vuelven a brillar, el la peina y le acomoda su diadema, le dice que se van de viaje a la luna o algún otro territorio desconocido, le dice que el viaje será largo al mismo tiempo que le pone las zapatillas, la muñeca de nuevo canta su blues ésta vez escucha otra vocecita que la acompaña en cada tonada y deja su aparador para emprender el viaje tomada de la mano que le dió vida...
Helen Herrera, desde el 0rfanato de la casa de las muñecas.
No falta alguno que otro muchacho con guitarra y las uñas maltratadas que se suben al autobús o al metro y nos regalan una melodía cantada con la garganta rasposa y con todo pulmón y por eso digo que el rock urbano no se muere ni desfallece, mientras haya personajes que se acurrucan entre el rock y el blues que inspiran historias en medio de la grisácea urbanidad.